Cuando las joyas contaban historias
Las joyas no siempre fueron meros adornos. En Galicia, durante siglos, fueron también amuletos, símbolos de protección, fe y poder. Una de las piezas más singulares de esta tradición es el sapo, un colgante ornamental que lucían las mujeres sobre el pecho, y que hoy forma parte del imaginario más fascinante de la cultura gallega.
En el Museo do Pobo Galego, en Santiago de Compostela, se conservan varios ejemplares de sapos maiores, testimonios de una orfebrería rural, popular, ligada a la religiosidad y a las creencias mágicas de nuestra tierra. En Curruchela, este legado nos inspira para mirar hacia atrás con respeto… y hacia adelante con creatividad.
¿Qué es un sapo y por qué tenía forma de rana?
El sapo gallego es una joya de gran tamaño, compuesta por piezas circulares y elementos colgantes, a menudo con forma de estrella, cruz o medallas. Pero el nombre popular hace referencia a su forma general, que recuerda a una rana —no tanto por una representación figurativa, sino por su disposición visual: baja, redondeada, con “patas” móviles.
Lucido sobre el pecho, el sapo no era solo decorativo. Tenía una carga simbólica y protectora, heredera de creencias ancestrales. En una tierra donde “haberlas, haylas” sigue resonando con fuerza, los adornos servían también para alejar el mal de ojo, proteger del “aire” o atraer la buena suerte.
Fe y superstición: la religiosidad popular gallega
En Galicia, la frontera entre lo religioso y lo mágico siempre fue difusa. Los sapos se lucían los días de romería y en celebraciones religiosas, pero también eran utilizados como amuleto frente a la envidia o la enfermedad. Las mujeres llevaban cruces, relicarios, escapularios… y sapos.
Esta mezcla de creencias muestra una espiritualidad sincrética, donde la devoción cristiana convivía con ritos antiguos, transmitidos por tradición oral. No es casualidad que la joyería tradicional recoja elementos del campo, del cielo, del cuerpo y del alma.
Meigas, sabias, mujeres fuertes
Las portadoras de estas joyas eran, muchas veces, mujeres con poder simbólico en su comunidad. El uso de joyas grandes, visibles, pesadas incluso, hablaba de estatus, fertilidad, protección y conocimiento.
La figura de la meiga —esa sabia rural, medio curandera, medio bruja— está íntimamente ligada a este universo. Las meigas boas sabían leer los signos, preparar ungüentos, “botar as cartas” y transmitir saberes. También conocían la carga mágica de los objetos.
Las joyas eran parte de ese saber. Elegidas con intención, heredadas entre generaciones. En la Galicia rural, las mujeres vestían su historia, y el sapo era uno de sus relatos más potentes.
Indumentaria y joyas: la riqueza en la pechera
Los trajes tradicionales gallegos de gala —especialmente en el siglo XVIII y XIX— incluían corpiños oscuros, camisas de lino y pecheras recargadas de joyas. Los collares de azabache, las cadenas de oro, los relicarios y los sapos maiores colgaban en cascada.
Esta sobrecarga visual no era casual: mostraba estatus, linaje y respeto social. En un contexto donde las mujeres gestionaban la economía doméstica, las joyas también eran bienes portátiles. Eran ahorro, dote, patrimonio.
En algunas zonas, el número de piezas o la forma del sapo incluso podía identificar la comarca de procedencia de la mujer. Cada pieza era un mapa, una firma, un recuerdo.
Curruchela: una reinterpretación contemporánea
En Curruchela no hacemos réplicas. Hacemos homenajes vivos. Nuestra joyería de madera bebe de esta herencia simbólica, de la espiritualidad gallega, del gesto pausado de quien talla con las manos. Cada pieza está pensada como una conexión entre lo ancestral y lo actual.
Nos inspiran las formas redondas de los sapos, su fuerza central, su manera de ocupar el espacio. Nos inspira la mujer gallega, fuerte y mágica, que convirtió la joya en escudo, en oración y en testimonio.
De la vitrina al cuerpo
Visitar el Museo do Pobo Galego es asomarse a un tiempo donde las joyas hablaban. En Curruchela queremos recuperar ese lenguaje. Las piezas que creamos no solo adornan: cuentan. Hablan de tierra, de creencias, de historia. De mujeres que sabían.
Porque en Galicia, aún hoy, se siguen escuchando cosas que no se ven.
Y hay joyas que protegen, aunque no brillen.
Porque haberlas… haylas.
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